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Un tranvía llamado deseo

El San Juan de las últimas décadas de 1800 experimentó el deseo de cambiar de la aldea provinciana al boato de las grandes ciudades, como la mariposa que después de largo letargo despliega sus brillos en primavera. Grandes construcciones ganaron en altura, cornisas y columnas; obras sanitarias, iluminación y modas traídas de la descomunal capital que miraba a Europa desde el Plata.

Una de esas modas fue el tranvía.

Algunos más viajados los habían visto en otros lugares. En Buenos Aires recién comenzaban a instalarse. Emprendedores – que siempre hay- vieron la “oportunidad” en un transporte llamado a ser masivo y redituable. Después de algunos proyectos y otras tantas idas y vueltas, en 1889, se otorgó la concesión a Domingo Igarzabal. Se estableció por 25 años, un boleto nada barato y un respaldo casi millonario en depósito al Estado Provincial como garantía de su funcionamiento.

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Lo cierto es que el deseo del tranvía en San Juan se hizo realidad. Especie de vagones desmantelados, tirados por uno o dos caballos (pues la electricidad llegaría 20 años más tarde), eran arrastrados sobre finos rieles por las calles de tierra.

Tenía dos recorridos: uno, por calle General Acha hasta la actual Plaza de Trinidad y, otro, y quizás el más popular, hacia el Oeste hasta el predio donde hoy se encuentra el Hospital Marcial Quiroga. Un año después se agregó un ramal hacia Concepción y otro en Santa Lucía, conocido como “el de las Termas”, porque formaba parte del grupo empresario que explotaba otros recursos bajo ese nombre.

De la pretensión sólo se cumplía que el traslado era el más rápido, según rezaba la publicidad. Nada tenía que ver con la comodidad de los carruajes. Asientos de madera, de espaldas a las ventanillas sin vidrios ni cortinas, que por momentos volvían insoportable el traqueteo. Aun así contaba con usuarios distinguidos, bien dice el dicho lo que es moda no incomoda.

El deseo duró poco. El costo y mantenimiento del servicio fue muy alto para los concesionarios, al no conseguir las ganancias esperadas tampoco pudieron hacer inversiones en nuevos coches y ramales ni tomaron nuevas licencias. El tranvía en San Juan terminó por convertirse en un modo de acarreo barato entre los focos productivos y la estación de trenes hasta que el transporte automotriz lo desplazó definitivamente. Sin embargo, por muchos años quedaron los rieles del tendido en desuso frente a la Plaza 25 de Mayo en recuerdo del deseo que, pese al empeño, no pudo ser.

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Vanesa Téllez

Historiadora

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