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La madre del cardenal Pierbattista Pizzaballa confesó que no quiere que su hijo sea el sucesor del papa Francisco
Maria Taddini confesó que aceptará si Dios quiere a su hijo como referente de la Iglesia Católica, pero ella espera que no pase.
POR REDACCIÓN
En un pequeño pueblo italiano, mientras el mundo católico mira hacia el Vaticano tras la muerte de Francisco, una voz se alza con una plegaria muy personal: la de Maria Taddini, madre de Pierbattista Pizzaballa, el actual patriarca latino de Jerusalén cuyo nombre resuena con fuerza como posible sucesor del pontífice argentino. Con 90 años a cuestas y el corazón dividido entre el orgullo y la nostalgia, la anciana no duda en expresar su deseo: "¡Yo espero que no se convierta en Papa! Porque así es libre de venir a casa a verme también a mí".
La conexión de Pizzaballa con Argentina es profunda: fue ordenado obispo en 2016 por el cardenal argentino Leonardo Sandri y creado cardenal en 2023 por Francisco. Además, su linaje lo vincula con el deporte argentino a través de su padre, primo del legendario arquero del Atalanta. Su valentía y compromiso quedaron patentes cuando, en octubre de 2023, se ofreció como rehén a Hamas a cambio de la liberación de rehenes israelíes.
Sin embargo, para su madre, estos logros palidecen ante la distancia que imponen. "¿Hace cuánto que no ve a su hijo?", le preguntan. Con un dejo de tristeza, responde: "Lo veo más en los diarios… Lo vi antes de Navidad y luego no lo vi más. Nos comunicamos, pero en estos días no. Me saludó antes de partir hacia Roma y me dijo: ‘Mamá, estate serena. Si pasa algo te lo haré saber yo. Vos tranquila’. Y aquí estoy, tranquila, esperando novedades".
A pesar de la serenidad que intenta transmitir, su anhelo de cercanía es palpable. "Pero usted no quiere que lo elijan Papa, ¿verdad?", insisten. Con una honestidad conmovedora, confiesa: "No, yo acepto lo que Dios quiera, pero ¡mi corazón a veces se rebela! Si está libre, al menos en mis últimos días podría venir a visitarme. No es que tenga la vida por delante… pero me gustaría que viniera de vez en cuando a casa". La idea de viajar al Vaticano para visitarlo, en caso de ser elegido, parece una empresa difícil para ella: "¿Eh, ¿pero cómo hago yo para ir?".
Recordando la infancia de su hijo, Maria revela que su vocación fue temprana y marcada. "¿Cuando Pierbattista era joven ya mostraba su fe, o fue algo que surgió después?". Su respuesta evoca la imagen de un niño precozmente inclinado hacia lo espiritual: "Mire, siempre estuvo en ese camino, incluso de niño. Tanto que mi padre decía: ‘Este se va temprano de casa’… ¡y así fue! Se fue a los seis años, en primer grado, y no volvió más. Era curioso por todo, me preguntaba qué era una cosa u otra, y yo le decía que no podía responderle en ese momento porque teníamos que trabajar para el abuelo. Pero él no se olvidaba, y al final tenía que responderle. Le interesaba la iglesia, San Francisco, todos los santos que él conocía, tenía que conocerlos yo también".