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Muerte de Julio Rosa: la familia todavía no puede repatriar los restos del sindicalista

La hija del histórico dirigente de UDA aseguró que abandonaron a su madre luego de que el hombre muriera de un infarto en un aeropuerto de Panamá.

POR REDACCIÓN

29 de diciembre de 2022

Silvia Rosa, hija del histórico secretario general de UDA, Julio Roberto Rosa, publicó una carta abierta donde cuenta el dramático momento que están viviendo tras la muerte del sindicalista. Es que el hombre murió en Panamá el pasado 22 de diciembre y siete días después la familia no termina el proceso para repatriar sus restos.

Pero, además, los Rosa aseguran que se encontraron con un trato inhumano e insensible ante la difícil situación que estaban viviendo. La esposa de Julio se encontraba con él cuando se descompensó y murió, sola en el aeropuerto del país centroamericano, y no recibió ningún tipo de ayuda o contención de parte de la embajada argentina en Panamá.

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A través de su carta, Silvia dijo que durante los dramáticos momentos de ese 22 de diciembre, cuando su madre de 78 años estaba sola y acababa de sufrir la tragedia, pidieron algún tipo de asistencia, ya que la mujer sufre de problemas de salud. “La primera reacción es intentar buscar apoyo de la embajada argentina para que acudiera al menos a tomar contacto con mi madre”, relató en la carta. Pero esto no sucedió.

Ese día, en vísperas de Navidad y en un país extraño, remarcó la hija del fallecido, la mujer mayor tuvo que acompañar a las autoridades, hablar con policías y la fiscalía para iniciar el difícil proceso. Recién tres horas después Silvia llegó con ella para acompañarla y se hizo cargo de los trámites de repatriación, contando con la ayuda de amigos panameños, pero sin el apoyo de autoridades.

Una semana después, la esposa de Rosa volvió a San Juan para recibir contención, pero Silvia sigue en el país centroamericano intentando terminar los trámites. Los restos de Julio Roberto Rosa, que durante décadas se dedicó a representar a docentes sanjuaninos, esperan por los complejos trámites que implica el traslado.

La familia quiere poder sepultarlo en San Juan, donde cientos de personas lo despidieron en las redes agradeciendo el trabajo de décadas.

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Esta es la carta completa que difundió Silvia Rosa:

Cuando a los argentinos las embajadas nos tratan como parias: el caso de la familia Rosa en Panamá

Si bien, como muy en claro lo dejó la cónsul a mi hermana por teléfono y con un tono totalmente administrativo, la función de una Embajada no es ocuparse de “estos problemas”; uno como ciudadano argentino en el extranjero espera encontrar en sus instituciones un amparo en momentos aciagos. Esto, lamentablemente no nos sucedió con los representantes argentinos en Panamá cuando mi padre murió de un infarto en el aeropuerto de la ciudad de Panamá esperando una conexión.

La situación no podía ser más dramática: mi madre, una mujer de 78 años y enferma, se encontraba sola en vísperas de Navidad en un país extraño cuando su marido fallece. Ante esto, la primera reacción es intentar buscar el apoyo de la embajada argentina para que acudiera al menos a tomar contacto con mi madre, dado que ella se encontraba totalmente siendo trasladada por la policía a diferentes departamentos judiciales cuando aun el cuerpo de mi padre ni siquiera había sido enviado a la morgue hospitalaria. Al solicitar a la embajada un mínimo de asistencia para esta ciudadana mientras que mi marido y yo llegábamos a Panamá (en tres horas) la respuesta inhumana y desprovista de todo gramo de empatía por parte de la representante consular fue que ellos no se encargan de esos “trámites”, y que tampoco es su función “acompañar” en estos momentos. Según argumentó la oficial consular, lo único que estaba en sus manos era facilitarnos el teléfono de la asistencia de la tarjeta de crédito para que nosotros habláramos con ellos. Algo con lo que, por supuesto, ya cantábamos. Ahorro aquí los detalles de un proceso de repatriación, pero si algún miembro de la Embajada se hubiera hecho presente tal como intentó la policía local, los trámites con la fiscalía panameña se hubieran agilizado, algo que logramos gracias a un amigo panameño que se hizo cargo de mi madre cuando vimos que los representantes consulares nos abandonaba. En ese momento estábamos teniendo el único y deplorable contacto con la representación argentina en ese país centroamericano; mientras que la embajadora de Panamá en Argentina se ponía a nuestra entera disposición en términos administrativos y emocionales.

Aunque la misión formal de una embajada no es brindar contención emocional a los ciudadanos argentinos expatriados, sino gestionar las relaciones entre estados, no debería estar reñido con los valores de humanidad de los que tanto nos enorgullecemos como país y, que, a las claras han estado ausentes en este caso. Mi lamentación hoy no es administrativa solamente, es ante todo humanitaria y compasiva. El 29 de julio de cada año conmemoramos en Argentina el Día de los Valores Humanos, un día en el que se pretende reflexionar y acentuar la conducta, superación, dignificación moral y espiritual de cada personal en la sociedad, con el objetivo de crear una Argentina más justa, solidaria y comprometida con el amor a los otros y el respeto con la memoria de nuestros muertos. Creo que la dolorosa Historia de muerte y desaparición con la que cargamos en nuestro pueblo, debería haber sensibilizado a nuestros representantes con la importancia de escoltar a un argentino indefenso ante la tragedia de la muerte.

En un país que escribe, piensa y canta a los valores y derechos humanos, la indolencia, abandono y negligencia de las personas de la Embajada argentina en Panamá para con mi madre, nuestra situación administrativa y el cuerpo difunto de mi padre, nos ha devuelto al lugar del paria, del desamparado, del desechado, del que no merece la atención del Estado ni la simbólica de sus instituciones; y menos aún cuando se está frente a la muerte en días “feriados”. Ahora solo nos queda el sollozo y el deseo de que este escrito abra el debate del poder alegórico que se debería jugar en cada gesto consular.

Silvia Rosa

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