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Opinión

Nadie regala nada

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Esta expresión popular es un tanto pesimista, y de alguna manera refleja el individualismo y egoísmo en el cual estamos sumergidos. También lo dice de otra manera un poeta: “aunque te quiebre la vida/ aunque te muerda un dolor/ no esperes nunca una mano/ ni una ayuda ni un favor”.

Sin embargo la enseñanza de Jesús se ubica en otra perspectiva. Nos hace ver que la vida es un don de Dios y la plenitud la encontraremos en el amor a Él y a los demás como hermanos. No estamos cada uno en su burbuja librado a la “suerte del destino” sino construyendo juntos una historia que no tiene final cerrado, sino abierto al amor de Dios.

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“Gratis han recibido, den gratis” (Mt 10, 8) pide Jesús a sus discípulos de ayer y de hoy. Esta frase evangélica la toma Francisco para ayudarnos en este domingo a rezar por los enfermos y quienes se dedican a su cuidado. Jornada que tiene esta intención hoy en todas las misas de nuestro país.

Reconocernos amados infinitamente por el Padre es lo que nos hace tener un corazón agradecido. Sin reconocernos amados es difícil el espacio de gratuidad en el servicio a los que sufren.

Dar amor gratuito y misericordioso nos hace felices. Necesitamos de los demás porque fuimos creados para formar una gran familia. Cuando decimos amor gratuito es porque nadie puede recompensarlo económicamente. Una vez un periodista que estuvo acompañando a la Madre Teresa de Calcuta, viendo sus cuidados a un enfermo de lepra e impresionado por su aspecto y olor, le dijo “Madre Teresa, yo no haría eso ni por 1 millón de dólares”, y ella le respondió “yo tampoco”.

Hay que tener fe para ver a Jesús en esos despojos humanos. Sin la fe la filantropía no alcanza.

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Se trata del amor de Madre. Esa dimensión de la ternura que nunca acabaremos de incorporar en la vida de la Iglesia concreta. Pienso en las Comunidades, los diversos agentes pastorales. ¿Logramos expresar cotidianamente que somos Iglesia Madre? Nuestros gestos, horarios, requisitos, espacios… ¿son de Madre?

San Juan Pablo II al concluir el Gran Jubileo del 2000 nos pidió “obrar de tal manera que en la Iglesia los pobres se sientan como en casa”. ¿Lo logramos?, ¿o se sienten como extraños o molestos inquilinos?

En una sociedad que promueve la cultura del descarte y la indiferencia, estamos llamados a una vida contracorriente. Aunque se rían de nosotros o se nos burlen. Aunque nos critiquen y agravien. En cada persona está Jesús. En el más humillado y desfigurado. En el pobre y el enfermo. En el despreciado y descartado. En el esclavizado y oprimido. En el sobrante y estigmatizado. En cada uno de ellos está Jesús. Él mismo lo aseguró en el Capítulo 25 del Evangelio de San Mateo. Pero para eso hay que tener fe.

Una creciente intelectualización de la fe o, peor aún, ideologización, nos llevan a discutir abstracciones en lugar de buscar modos de vivir de acuerdo con el Evangelio. Francisco insistía en el Año de la Misericordia enseñando que la Misericordia “no es una idea o una abstracción, sino una realidad concreta”. Apelando a una formulación expresada por un Senador Romano en el Siglo II antes de Cristo, podemos decir: “Res non verba” (hechos, no palabras).

Volviendo al ejemplo de Santa Teresa de Calcuta, ella estuvo al servicio de todos. No hizo distinción de cultura, lengua, etnia, religión. No evaluaba la vida moral o laboral de los moribundos o enfermos para acercarse a dar consuelo y amparo.

La Iglesia nos propone de modo insistente la espiritualidad del Buen Samaritano que al ver al apaleado, se conmovió, se acercó, lo curó. Cuatro verbos necesarios para una vida cristiana. Estos verbos no constan en el certificado de Bautismo o Confirmación, pero son necesarios para que mi nombre quede escrito en el Libro de la Vida.

“Gratis han recibido, den gratis.”

También hoy.

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