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Provinciales > Así era San Juan en 1810

Comilonas y siesta, las costumbres coloniales del San Juan de la revolución

La última entrega del retrato histórico-periodístico de la vida sanjuanina en el momento del primer grito de libertad, el 25 de Mayo de 1810, hacen 212 años, extractado de la obra “Así era San Juan cuando nació la Patria”. 

25 de mayo de 2022

En esta última entrega se continúa con la vida colonial sanjuanina. En esta última entrega llega los modos de vida, entre ellos: la siesta, las comidas típicas y la música de la época.

Las siestas “interminables”

Entre quienes han logrado una descripción detallada de la vida cotidiana del sanjuanino de la colonia, destacan dos visiones muy claras e interesantes. Las de Damián Hudson y  Carmen P. de Varese/ Héctor D. Arias. Primero veamos la mirada de Hudson en “Recuerdos históricos sobre la Provincia de Cuyo”:

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“Levantarse temprano, asistir a los trabajos de la heredad, comer a la mitad del día, dormir una siesta de tres horas, volver a la ocupación hasta ponerse el sol, rezar, jugar un par de horas  o más a los naipes, cenar y acostarse para volver a levantarse temprano al siguiente día, repetir lo mismo del anterior y así sucesivamente toda la vida -atesorar dinero con la paciencia y avaricia de un judío, privándose de los goces que brinda la industria del hombre para su incremento y prosperidad en sus múltiples variantes- (…)”.   P. de Varese y Arias ponen acento en aquellos hogares con buen pasar, católicos, criollos y poseedores de una cierta educación básica, y lo pintan así: “(…) Dormíanse siestas interminables y aún sueños corridos en los bochornosos veranos sanjuaninos (…) los hombres representativos entretenían  el tiempo en las sencillas tareas oficiales o en sus negocios: en aquella vida morosa, el campo esperaba. Las señoras desde muy temprano se disponían a dirigir sus tareas diarias, no hay que olvidar que toda la economía doméstica, la preparación de aceitunas, dulces, conservas, el arrope, la fabricación de velas de cebo, del jabón ‘tocador’ hecho con semillas de zapallo y a veces de ‘hiel de buey’, el polvo de arroz para la cara, el almidón de trigo para la ropa (…) Una cocina sabrosa, abundante contenía locro, carbonadas, charquicán, chanfaina, guisos, pastel de choclo, humitas en chala, etc. El pan casero se amasaba todas las semanas y estos quehaceres se alternaban “con bordados, costuras  y tejidos (…)” Al atardecer todas las campanas llamaban a oración. Es la hora en que se reunía la familia y sus criados, el padre, o en determinadas circunstancias, la madre, guiaba el rosario, piadoso momento de exaltación espiritual. La luz mortecina de las velas de cebo, rompía la oquedad profunda de la casa. Terminado el rosario se cebaba mate y luego una comida bien sobria. Luego, por la noche solían haber tertulias con amigos de la familia donde se hablaba de política, del gobierno y se jugaba a las cartas.”

Del empanadón, la humita en chala y el asado, a la mazamorra, los merengues, mucha fruta y el blanquillo sanjuanino. 

Los casi siete mil sanjuaninos de entonces dependían sobre todo de la vitivinicultura, de  tareas agrícolas muy diversas y del comercio. Producían y vendían vino, cueros de vicuña, aguardientes, orejones descarozados, higos, uvas pasas, otras frutas, lino,  que  llevaban a Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán, Córdoba, y Santiago de Chile.   Si hablamos del menú aquellos habitantes en la época que tratamos aquí, queda claro que la carne constituía la base de la alimentación de pobres y ricos durante todo el año, pero al llegar el verano se comían más frutas y legumbres. Así, Horacio Videla en su “Historia de San Juan”, Tomo II, escribe que el almuerzo se servía al medio día, la comida a la 7 de la tarde en invierno y a las 8 en verano. “El variado ‘cocido’, originario de la península, fue el hervido o puchero con (…) carne y verdura, y el empanadón churrigueresco y el guiso se redujeron a uno cuantos platos regionales: la empanada, las humitas en chala o en fuente, los locros de trigo y choclo, la  mazamorra de maíz, el charquicán y el asado.”  Señala que también que como postres se ofrecían las frutas (uvas, brevas, melones, sandias, naranjas, duraznos, cerezas, nísperos y tunas), repostería y los dulces (bizcochuelo, tabletas, merengues, alfeñiques y los dulces de membrillo, limón sutil, alcayota, durazno, sandía toronja y naranja).  Sobre las bebidas apunta que se contaba con la chicha y los refrescos, el blanquillo y el aguardiente de San Juan o el vino tinto de Mendoza. Por su parte, la profesora Hebe Almeida de Gargiulo en su “Sabores de la memoria”, afirma que  fueron largos e importantes los estudios que se realizaron  para demostrar  la influencia de la comida europea sobre los primitivos americanos, y resultó también significativo “(…) el aporte americano a la gastronomía universal”.  Naturalmente en el caso de Cuyo y de San Juan, a nadie escapa que la colonización española marcó profundamente el “menú” de los sanjuaninos antes y después de 1810, hasta hoy. Como referencia, resulta oportuno citar que la magister Rosa Mónica Cantoni, al trabajar “El sistema alimentario cuyano en los cuentos de Juan Draghi Lucero”, y en el capítulo referido a “El lenguaje del Sistema Alimentario Cuyano” (“Los asados. El lenguaje social de la carne asada”), señala que Draghi Lucero diseña dos espacios sociales simbolizados en los fogones y en el marco de dos épocas que en ocasiones se superponen: la de la colonia y la de mediados y fines del siglo XIX. Se refiere al espacio “de las fiestas populares celebradas en la Plaza de Armas (N.del A.: Luego “plaza “Mayor” y hoy plaza “25 de Mayo”), “y el de los fogones hechos por viajeros (arrieros o carreteros) que, por motivos comerciales o personales, cruzan el paisaje de la travesía. Ambos son fogones  a cielo abierto (…)”  En el primer caso, en las fiestas populares celebradas en la citada Plaza de Armas, “el asado aparece como la designación general del menú que los reyes ofrecen al pueblo cuando festejan un acontecimiento de gran envergadura (…) El menú popular consiste en asado y vino” (…)”, según Cantoni.  

Música y Letras

Si comenzamos por el campo de las Letras, vemos que la escasa producción literaria  era común en todo el Río de la Plata.  Destaca la corriente musical, que en San Juan está bien diferenciada desde lo cuyano, y su cancionero “de amor y de pena.” Así, nos detenemos en medulosos estudios sobre el cancionero popular de Joaquín V. González, J. Draghi Lucero, Edmundo Correas, Rogelio Díaz L. y Pascual J. Gallardo.  Juan Pablo Echagüe, como Margarita Mugnos de Escudero, por su parte, pintan, como pocos, carencias y aspectos sobresalientes del perfil cultural de San Juan en vísperas de Mayo de 1810. Los libros que  llegaban y las familias que lo poseían, además de una detenida mirada sobre la arquitectura colonial entre nosotros; las obras de arte que lucían algunas casas señoriales y, gracias a documentación del Archivo Histórico, entre otros testimonios, un inventario de ornamentos de la actual Basílica de los Desamparados, a pocos años de la Revolución, en 1797. A ello se agregan, naturalmente, otros templos de la época, cada uno con alguna obra pictórica o plástica destacada.     

Y llegan las nuevas ideas a San Juan

Jóvenes sanjuaninos como los Suárez, Tello, Bustamante, de la Roza, del Carril, Laprida, Oro y Godoy, de vuelta en su tierra, traen el hábito de la buena lectura y las bellas artes, la afición al periodismo y un “moderno canon de vida pensante”. Por eso, y tal como lo comentamos antes, fue clave el paso de jóvenes sanjuaninos por los colegios o casas de altos estudios del resto del Virreinato del Río de la Plata y de fuera de sus fronteras. Y sobre la orientación recibida por estos sanjuaninos en esas aulas, sobre todo en la antigua casa de estudios cordobesa del obispo Trejo, bajo la dirección del deán don Gregorio Funes, “maestro de hombres ilustres”, Juan Pablo Echagüe en su “Mi Tierra y Mi Casa”, califica de “revolucionaria para la época”. Recordemos que en aquella Universidad de Córdoba se instruyeron entre otros, José María del Carril, José Manuel y Joaquín Godoy y José Ignacio de la Roza, que, como hemos visto, terminó después su carrera en Chile. Sin embargo, cuenta también Echagüe, que el deán Funes no vaciló en poner a sus discípulos en contacto con los enciclopedistas. Les enseñó más derecho público que teología, “y para mayor escándalo, llevó su temeridad hasta iniciarlos en los secretos de la música, la esgrima y la poesía”. Así, cuando vuelven a su hogar los citados Suárez, Tello, Bustamante, de la Roza, del Carril, Laprida, Oro, Godoy, aportan enérgicos principios renovadores. Su notable preparación, “sus ideas contagiosas su fuerte irradiación mental, propician a un tiempo mismo el movimiento libertador y un moderno canon de vida pensante”.  Traen todos ellos el hábito de la buena lectura, el gusto por las bellas artes, la afición al periodismo y un criterio adulto que los elevas por encima de su ambiente y de su tiempo.

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Lugares conocidos de San Juan en 1810

Dice Horacio Videla en su tomo II de “Historia de San Juan” que al nacer la Patria, el territorio de la provincia de San Juan estaba conformado por “la propia ciudad de San Juan de la Frontera o de Cuyo, Pueblo Viejo (Concepción), Puyuta (Desamparados), villa San José (Jáchal), San Roque, Mogna, Ampacama, Huaco, villa San Agustín (Valle Fértil), Usno, Asilán, Yoca, las Tumanas, Chucuma, Astica, Acequión del Inca, Encón, las Tamberías, Puchuzun, Pismanta, Tudcum.”

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