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El acueducto que podría cambiarlo todo sigue siendo una promesa
La historia de Yohana Calderón y la lucha por el acueducto en el sureste sanjuanino.
Este sábado 4 de octubre, la campaña solidaria “Unidos por el Agua” llegó a Las Trancas, la última localidad habitada en el tramo final de la cuenca del río San Juan, en el sureste provincial. Más allá de las donaciones recolectadas durante semanas, el viaje tuvo un propósito más profundo: visibilizar el histórico reclamo de las comunidades rurales e indígenas por la construcción del acueducto Encón–Las Trancas, una obra vital que podría devolver vida a una región castigada por la sequía y la desidia.
Durante décadas, el agua del río dejó de llegar a las Lagunas de Guanacache, un humedal que alguna vez fue fuente de vida para la fauna, la flora y las familias de la zona. Hoy, el paisaje muestra un proceso de desertificación alarmante, y quienes aún resisten lo hacen con un sentimiento de abandono que atraviesa generaciones.
La llegada de la solidaridad y un reclamo que no se apaga
Las Trancas se convirtió, durante la jornada del sábado, en un símbolo de esperanza. La campaña “Unidos por el Agua” llevó alimentos, ropa y agua, pero sobre todo escuchó. Escuchó a vecinos como Yohana Calderón, que con 30 años encarna la dignidad de quienes eligen quedarse, pese a todo.
“Es cuestión de acostumbrarse en esta zona”, dice Yohana, mientras describe una vida marcada por la escasez.
En su casa, a 25 kilómetros de la antigua escuela, la energía eléctrica llegó hace poco. Pero los otros servicios básicos siguen ausentes. Para comprar lo necesario, deben viajar largas distancias “en lo que se pueda” y cargar provisiones para todo el mes.
Cuando alguien se enferma, la urgencia se convierte en travesía: “Se llega a enfermar alguien... y tenemos que ir hasta Encón, que está a 30 kilómetros, o a veces más lejos, a Santa Rosa o Caucete”, cuenta.
“No llegamos a los 15 días con el agua”
El corazón del reclamo es el agua. En Las Trancas, no hay red potable. El suministro depende de los camiones cisterna de la Municipalidad de 25 de Mayo, que cada quince o veinte días reparten agua entre los vecinos.
“Pedimos el agua, y cada 15 días nos la traen”, explica Yohana. Pero el reparto nunca alcanza. “No llegamos a los 15 días con el agua, y por ahí tenemos que comprar para llegar, porque es la que usamos para todo: para tomar, lavar y bañarnos”.
Algunos intentaron hacer pozos, pero el agua subterránea “sale fea, salada”, y no sirve para el consumo. La supervivencia depende, literalmente, del camión que a veces llega tarde, o no llega.
En verano, la situación se vuelve crítica. Las temperaturas extremas y la falta de lluvias agravan el problema. En ese contexto, el acueducto no es un lujo ni un capricho: es la línea que separa la vida del abandono.
Una esperanza heredada: el sueño de los abuelos
Para Yohana, la visita de “Unidos por el Agua” significó algo más que una ayuda momentánea: fue una oportunidad para hacer visible lo invisible. “Acá existimos personas”, dice con firmeza. Aunque las viviendas no se ven desde la ruta, hay familias que viven a dos, tres o cinco kilómetros hacia adentro, resistiendo el silencio del desierto.
Sus palabras traen consigo una memoria colectiva: “Mis abuelos ya fallecieron, y ellos pedían el acueducto desde siempre”. Ese sueño, transmitido de generación en generación, se mantiene vivo en cada habitante que aún espera el agua.
“Me encantaría ver que llegue el acueducto”, confiesa Yohana, con la esperanza de que la obra alguna vez se concrete. “Sería buenísimo, porque es una necesidad para todos los de acá”.
El derecho postergado
El sureste sanjuanino se alza una vez más para reclamar lo más básico: agua para vivir. La campaña “Unidos por el Agua” logró encender una luz en una zona que durante años fue dejada en la sombra.
La voz de Yohana Calderón resume el sentir de toda una región: la urgencia no es solo material, sino también moral. Porque detrás del reclamo hay una verdad que resuena con fuerza: sin agua, no hay futuro.