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El origen de las salamancas: cómo nació la leyenda de las brujas en San Juan
La leyenda de las brujas del cerro Villicum tiene raíces que se remontan a la vieja Salamanca española. Entre la conquista, el mestizaje y la vida rural, el mito viajó y se transformó en una historia sanjuanina que mezcla lo religioso, lo mágico y lo popular.
En la provincia de San Juan se encuentra un rincón particular, el cerro de Cerro Villicum, en el departamento de Albardón, que ha sido señalado como escenario de antiguas leyendas y manifestaciones que mezclan lo mágico, lo oculto y lo popular. Las historias hablan de reuniones nocturnas, pactos con fuerzas oscuras y presencias que se mueven entre lo humano y lo animal, consolidando el territorio como lo que algunos medios llaman la “capital de las brujas” de la región.
La base de esta leyenda parte de la creencia en las llamadas “salamancas”, es decir, esas cavernas o socavones donde —según el relato folclórico— se reúnen brujas, demonios y marginales que buscan poder, conocimiento o simplemente pertenecer a lo prohibido. En San Juan se dice que estas salamancas ocurren en las noches del cerro Villicum, o en lugares rurales poco iluminados, solitarios y con rutas poco transitadas, lo que potencia el atractivo del misterio.
Las versiones populares contemplan distintos elementos que tornan el relato más vivaz: se sostiene que en esas fiestas secretas presididas por lo diabólico se escuchan guitarras, violines, risas estridentes, bailes y un ambiente de aquelarre. Las mujeres que allí asisten se trasformarían en animales cuando llega el amanecer, condenadas a esperar la noche siguiente para recuperar su forma humana; el paisaje nocturno se convierte en terreno de lo sobrenatural.
Históricamente, el origen de la leyenda de la salamanca proviene de Europa —sobre todo de la ciudad de Salamanca, en España— y entró al folclore de América mediante el mestizaje cultural. En la tradición argentina, adquiere rasgos propios: la música, el desierto, el viento del cerro, los relatos de pactos con el diablo —a cambio de un don como el canto o la guitarra— y la transformación de brujas en bestias.
En el caso de Villicum, el entorno geográfico es propicio para el relato. El cerro, sus rutas rurales, los sectores de noche poco transitados, el viento del desierto, todo conforma un escenario que se presta para lo inexplicado. Algunos ya han denunciado hallazgos de rituales: velas negras, sacrificios animales, restos en zonas de campo y testimonios de gritos y luces en la madrugada. Por ejemplo, en abril de 2025, un llamado anónimo llevó a rescatar un perro atado junto a velas encendidas y una gallina decapitada en una zona recóndita del Villicum.
Estos casos documentados confirman que no se trata solo de relatos antiguos sino de situaciones que actualmente llaman la atención de los habitantes de Albardón y alrededores. Hay quienes afirman haber grabado sonidos, luces extrañas, risas en medio del campo que no se explican por la rutina agraria. Todo reforzando la vigencia de la leyenda.
Para la comunidad local, el relato funciona en varios niveles. Sirve como advertencia para jóvenes o transitantes: “No entres solo en el campo de noche”, “cuida dónde te metés”. También refuerza una identidad regional: tener una leyenda propia, un “misterio” que distingue a la zona, contribuye al folclore y al sentido de pertenencia. Al mismo tiempo, expresa un temor ancestral a lo que no se ve, a la soledad del desierto, al viento y al silencio que guarda secretos.
Separar lo que es literalmente cierto de lo que es folclore resulta difícil. Las evidencias de rituales existen, pero no prueban la presencia de brujas voladoras o pactos con el diablo. Muchas de las imágenes parecen metáforas para comprender el riesgo, la transgresión o la marginalidad. No obstante, el mito está vivo. Persiste en canciones, en testimonios, en advertencias a los niños y en la geografía sanjuanina.
Así, el cerro Villicum se convierte en un cruce entre lo visible y lo oculto. Entre la música que se escucha de noche en el viento, la vela que se apaga sola, la forma del animal extraño que se mueve bajo la luna, y el recuerdo de aquel que apareció con una guitarra y sin explicar cómo la aprendió. En ese lugar, las brujas no solo cuentan leyenda: siguen siendo parte del paisaje.