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Provinciales > Historias Sanjuaninas

Heredó el oficio de panadero de su papá y hoy vende cerca de 400 kilos de pan en todo San Juan

Lleva más de 40 años haciendo pan, semitas y tortitas.

04 de agosto de 2020

Sacrificado. Con esa palabra define el sanjuanino Juan José Rubia el oficio de panadero. El hombre tiene 57 años y hace 41 que trabaja en ese rubro. Empezó a los 16 ayudando a su padre haciendo unos 25 kilos de pan diarios y desde ahí no paró más, le gustó tanto que actualmente hace unos 400 kilos en el galpón que construyó en el predio en el que está su casa. Este Día del Panadero que se celebra el 4 de agosto, dice que no hará nada en especial porque tiene que trabajar. 

“El oficio de panadero lo aprendí de mi papá, Francisco. Él empezó sin saber nada porque era agricultor, pero vino el Rodrigazo, estaba mal económicamente y vio como opción empezar a amasar para salir adelante”, cuenta Juan José recordando su juventud en la que empezó a ayudar a su padre en el trabajo.

En los comienzos sólo vendían pan casero cuya masa la hacían en una batea de madera, después horneaban todo en un horno de barro que tenían en el fondo de esa casa en la Villa San José. Cuando estaba listo, Juan José agarraba su bicicleta con un cajón de madera en la parte de atrás y salía a repartirlo a los barrios cercanos donde lo esperaban con ansias. Eran entre 20 y 25 kilos los que hacían en un principio.

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Con el pasar de los años la familia Rubia se mudó a la Villa San Patricio donde armaron una nueva panadería en la que Juan José siguió trabajando y se involucró cada vez más en el armado del pan. Su padre dejó la profesión, pero sus dos hijos siguieron con el legado familiar llevando el pan a la mesa de los sanjuaninos.

Él y su hermano crecieron y los dos continuaron trabajando en la misma área que cuando eran jóvenes. Ahora lo hacen en dos lugares distintos. En el caso de Juan José, en calle Benavídez antes de Cipolleti, lugar en el que hace ocho años construyó un galpón de 25 metros de largo por cuatro de ancho en el que elaboran pan, tortitas y semitas todos los días del año.

Al entrar se siente el tradicional olor de las panaderías. El lugar es fresco, tiene el techo alto de chapa y gran cantidad de máquinas ahí dentro. Lo primero que se ve al ingresar son dos hornos inmensos, de al menos 1.60 metros de alto. Después está la cámara de fermentación en la que dejan las masas de las facturas en la mañana para que estén listas para hornear en la tarde. Le sigue la zona en la que están las máquinas y en la que empieza el proceso del armado. Ahí hay dos amasadoras, dos sobadoras, una trinchadora y una armadora

“Acá tenemos una amasadora que es de recuerdo porque se la compró mi papá hace más de 40 años y todavía la usamos”, cuenta Juan José mientras la mira y parece recordar el pasado en el que ayudó a su padre.

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Juan José aún trabaja con la primera máquina que se compró su padre hace más de 40 años. Foto: Sergio Leiva / DIARIO HUARPE.

Cada día el hombre se levanta a las 4:30 o 5 y trabaja junto a otros tres ayudantes en la elaboración del pan. Como le venden principalmente a mayoristas, hacen unos 400 kilos diarios de pan miñón, el que más se lleva, y trinchas. También elaboran una 1.500 semitas y 10 o 12 kilos de facturas, es decir, unas 40 o 45 docenas de medialunas, pañuelitos y bollos dulces con frutas abrillantadas. 

Por día hacen 10 o 12 kilos de facturas, es decir, unas 40 o 45 docenas de medialunas, pañuelitos y bollos dulces con frutas abrillantadas.  Foto: Sergio Leiva / DIARIO HUARPE.

Apenas comienza a trabajar, abre el portón y muchos vecinos y trabajadores que circulan por ahí se detienen para comprar las semitas para el desayuno. En la mañana van también unos cinco repartidores que luego entregan todo en kioscos de la provincia.

A las 11 frenan la producción y el hombre aprovecha para descansar en un rato y volver con energías en la tarde porque a las 18 ya empieza a hornear parte de las facturas y el pan del día siguiente.

“Es muy sacrificado, tenés que estar todo el día y todos los días. Uno no tiene sábados ni domingos. Si salgo a algún lado tengo que estar con mucho cuidado porque se levanta el pan y hay que venir a hornearlo, no estás tranquilo. A veces vas a algún lado, te invitan a quedarte algunas horas más y hay que decir que no”, relata sobre su vida como panadero.

Así, Juan José pasa la mayor parte de su vida en ese galpón. Se siente feliz cuando los vecinos y la gente de la zona le agradecen por la panificación que vende. A pesar de ese oficio que define sacrificado, está seguro de que no lo cambiaría por nada. “Es lo que he hecho toda mi vida y lo que más me gusta hacer, lo llevo adentro”, cierra con una sonrisa y se dispone a descansar un rato para volver al ruedo a las 18.

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