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En San Juan aumentó el diagnóstico de autismo en adultos
Por Carolina Putelli
“Fue como nacer otra vez”, dijo Maju Lozano, la conductora de televisión, cuando contó que a los 51 años le diagnosticaron autismo por primera vez. Las personas que tienen trastornos del espectro autista (TEA) son muy distintas entre sí, pero entre los adultos se repite el mismo patrón: pasaron de no entender por qué sus vidas eran mucho más difíciles que las del resto a tener herramientas para vivir mejor.
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Eduardo Andino, psicólogo especializado en esta problemática contó que desde hace algunos años la cantidad de personas adultas que consiguieron su diagnóstico creció. “Va de la mano con la concientización, la sociedad se comprometió más y la gente se replantea lo que le sucede”, analizó.
En los últimos años las campañas de difusión y la representación en medios de comunicación, como ese el caso de Maju Lozano, abrieron la puerta a que muchas personas se pregunten si sus experiencias de vida pueden estar relacionadas con este tipo de trastornos. Muchas veces, contó Andino, son familiares o amigos los que ven las señales de alerta y recomiendan una consulta.
Así se han encontrado con personas de 20, 30 y hasta más de 50 años que recibieron un diagnóstico que cambió sus vidas para siempre: esa sensación de no encajar o de sentir que no podían entender el mundo, era porque tenían autismo. Las personas adultas que reciben su diagnóstico tienen en común que se enfrentaron a un mundo que no es inclusivo, pero con un esfuerzo extremo, a veces comprometiendo su salud mental, lograron algún nivel de adaptación. Pero esto no quiere decir que sea fácil.
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Andino ejemplificó que, en el caso de los menores, son los entornos escolares los que a veces dan el alerta, pero otra vez, esto creció en los últimos años, cuando la conciencia sobre el TEA se extendió. Pero quienes se educaron en escuelas en los años '90, 2000 o antes, pocas veces daban con personal entrenado para solicitar la intervención de profesionales de la salud.
Marina Aldeco, integrante de una organización de personas con TEA contó que al grupo, antes formado casi exclusivamente por menores, se acercan más adultos. "Estamos conociendo muchas historias de personas que sufrieron toda la vida dificultades y hoy pueden ponerle un nombre", relató.
En su asociación hay una joven de 27 años que estudia una carrera universitaria y toda la vida pensó que tenía bajo rendimiento. Hoy se compara con jóvenes de su edad con autismo y se da cuenta de que tienen un ritmo similar: una o dos materias por cuatrimestre. Solo que ella debió hacerlo sola.
Una mujer de 46 años, también del grupo de Marina, recibió el diagnóstico hace solo dos años. Tras tener toda su vida dificultades para estar en lugares ruidosos, sufrir de obsesiones y fobias, hoy puede controlar todo eso con la ayuda de especialistas y las herramientas terapéuticas que le dieron.
Estos casos son lo común, explicó Andino. Personas que llegan a la adultez mecanizando respuestas a estímulos sociales, sufriendo interacciones que les resultan más agotadoras que al resto y con mayores dificultades que el resto.
“En los niños es más fácil, suele ser más visible, en adultos en cambio puede ser una persona que no va a encuentros del trabajo y los compañeros se lo toman a chiste, dicen que no lo dejan, pero en realidad no le gusta sociabilizar. O que llega de trabajar y necesita una o dos horas de silencio, porque se siente abrumado por haber estado en un entorno con muchos estímulos”, ejemplificó Andino.
Estos mecanismos que las personas adoptan para salir adelante en el día a día son los que esconden el espectro, pero también los que afectan la calidad de vida. “Así como a los chicos les dicen a veces que no prestan atención y les va mal en la escuela y después descubren que tienen un trastorno, un adulto puede rendir menos en su trabajo, cambiar constantemente y esto se podría evitar con ayuda del resto”, explicó el profesional.
Los lugares de trabajo también pueden ser más amables, agregó. Si una persona se abruma por los estímulos auditivos, reducir los sonidos si es posible o permitirles tener un regulador a mano (audífonos, momentos para alejarse del origen del ruido), hacen que todo sea más fácil.
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“Tiene que ver con la conciencia, si yo sé que mi compañero tiene autismo y puedo hacer cambios, yo me siento útil y él puede estar mejor”, ejemplificó. De esa manera también la persona puede rendir mejor, pero, sobre todo, tener una mayor calidad de vida.
Pero para esto hace falta un diagnóstico y para eso es necesario vencer el miedo o la vergüenza, además de un entorno comprensivo que sepa ver los signos. “Lo mejor es conocer, preguntar y vencer esa duda que muchas veces está asociada al ‘cómo no van a darse cuenta hasta ahora’, porque en todos los casos después del diagnóstico la vida mejora mucho”, cerró.