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Comunidad > Impacto ambiental y social

Derrame en Veladero, qué pasó 10 años después en Iglesia y Jáchal

Una década después del derrame de cianuro en la mina Veladero, uno de los mayores desastres ambientales en la historia de Argentina, DIARIO HUARPE recorrió las calles de Iglesia y Jáchal para escuchar de primera mano cómo los habitantes recuerdan aquel momento, qué sintieron en ese instante, cómo están hoy y qué esperan de cara al futuro.

Hace 2 horas
Primero, la empresa informó que se habían derramado 15 mil litros. Luego, 224 mil. Y finalmente, por la presión social y mediática, reconocieron que la cantidad superaba el millón de litros.

El 13 de septiembre de 2015 quedó marcado como una fecha negra en la historia ambiental de Argentina. Aquel día, el derrame de más de un millón de litros de solución cianurada desde la mina Veladero, operada por la empresa Barrick Gold, cambió para siempre la vida de miles de personas en los departamentos de Iglesia y Jáchal, en la provincia de San Juan. A diez años de aquel hecho, los habitantes aún luchan por respuestas, justicia y dignidad.

Diario Huarpe viajó hasta el corazón de estas comunidades para conversar con vecinos, productores, referentes sociales y trabajadores que, a pesar del tiempo, no han olvidado lo vivido. Sus testimonios revelan no solo el dolor y la bronca, sino también el desencanto con un sistema político y económico que, según relatan, prometió progreso y dejó abandono.

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"Con el cianuro no se juega"

Marcio Espejo tenía apenas 12 años cuando ocurrió el derrame. Hoy, con 22 y residiendo en Rodeo, Iglesia, recuerda con claridad el miedo que se instaló en su familia y en su comunidad. “Ese día no sabíamos si podíamos bañarnos o tomar agua”, dijo y aseguró que desde entonces todo cambió: “Nos volvimos más precavidos, más incrédulos, más conscientes de la realidad. Empezamos a prestar más atención de lo que estaba pasando a nuestro alrededor".

Marcio hoy forma parte de un grupo de 357 personas que desde hace cinco años reclaman trabajo digno y denuncian la precariedad laboral en el departamento. “Estamos en el pueblo del oro y todavía hay gente que tiene letrina. No tendría que ser así”, señala con un dejo de indignación.

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Las palabras de Marcio reflejan la contradicción que atraviesa a toda la comunidad: una economía que gira en torno al oro, pero que deja poco y nada en manos de sus habitantes.

Derrames, enfermedades y silencio oficial

Milton Brizuela, también de Rodeo, al recordar el derrame, afirma que, aunque él lo esperaba, porque “la minería tiene esos riesgos”, lo movilizó. "En el pueblo causó mucho revuelo, mucho miedo, y creo que desde ese momento ya nada fue lo mismo. Como que hubo una alteración. Hoy en el pueblo hay muchas más enfermedades que antes no se veían, como, por ejemplo, el cáncer. Es como que la actividad minera modificó mucho el clima y el aire de Iglesia. Hoy, por ejemplo, no llueve como antes, estamos sintiendo calor cuando antes no lo sentíamos; tenemos desconfianza del agua que baja por los ríos, del agua que tomamos, incluso de nuestra salud”.

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Milton lamenta que, a pesar de la riqueza que genera la minería, el pueblo no se haya desarrollado: “¿Por qué Iglesia no es más rico si es el corazón de la minería? ¿Por qué algunos tienen tanto y otros nada?.Hay gente viviendo en todavía en casas precarias, gente que no puede ni siquiera comprar medicinas. Hay gente que la está pasando muy mal, personas que no podemos progresar, que vivimos el día y no podemos mirar a futuro".

En sus palabras aparece una constante: la desigualdad. “Hay mucha diferencia de clases sociales y muchos niños que no tienen ni para comer ni para vestirse”.

Campo seco, ganado perdido

Oscar Varela preside la Asociación Agrícola Ganadera Buen Esperanza. Representa a los pequeños productores que viven del cultivo y la cría de animales, una actividad cada vez más amenazada. Para él, el daño e impacto en la tierra y el agua, el desinterés empresarial y la falta de planificación estatal han llevado al borde del colapso a sectores clave de la economía local. “Creo que, a 10 años del derrame, todos sentimos que la contaminación no terminó, como que no se cerró, como que está ahí y el temor siempre está".

A Varela le parece increíble estar al lado de un yacimiento como Vicuña y Veladero, y que Buena Esperanza y otras localidades de Iglesia, no tengan agua potable.

"Creo que las empresas mineras para llevarse bien con la comunidad, primero tienen que ver qué necesita la comunidad, cómo pueden ayudar, cómo la pueden desarrollar, y después armar su proyecto minero. Pero hasta ahora hemos visto muy poco de eso", dijo.

Su pedido es claro: proyectos sustentables que generen empleo y dignidad. 

“Nos quitaron el agua y la esperanza”

Jorge Olivares, productor y albañil de Jáchal, también tiene una herida abierta. Afirma que el derrame mató a la agricultura. "La cebolla y el membrillo, que eran los productos fuertes en Jáchal, se volvieron inviables económicamente, porque nadie los quería comprar por temor a que estuviesen contaminados. La bolsa este año se vendió a $800, cuando producirla vale aproximado de $3.200”, explica. "Con el membrillo pasó lo mismo, entre 80 y 70 pesos el kilo". 

Olivares pudo reinventarse como albañil, pero muchos otros no tuvieron esa suerte. “¿Qué hace la gente que solo sabe sembrar? Se queda sin nada”, dice. Además, apunta a la corrupción y la falta de controles de los gobiernos municipales y provincial: “La ayuda no llega a quien la necesita, las riquezas quedan en círculos cerrados”.

La bronca de Jorge es palpable. “Iglesia y Jáchal están sentados sobre el oro y hay mucha gente sin laburo... la verdad, no entiendo eso. Además, por seguridad nos obligaron a comprar el agua para tomar y cocinar a $4.000 el bidón. ¿Cómo puede ser eso?”, cuestiona.

“Jugaron con la vida de nuestros hijos”

Saúl Zeballos, de la Asamblea "Jáchal No Se Toca", fue uno de los primeros en alzar la voz en su departamento tras el derrame. Para él, el evento fue “el principio del fin”: “Teníamos nuestros hijos chicos y no sabíamos si les habíamos dado agua contaminada, si los habíamos bañado. La desazón de no saber qué era lo que había pasado era terrible. Un desconcierto y una agonía total, tremenda. Durante semanas, nadie nos informó nada. El gobierno provincial y nacional desapareció, nunca emitió un comunicado oficial para llevar tranquilidad a las comunidades”.

Zeballos considera que el impacto de ese primer derrame fue significativo, pero más significativo fue el impacto de los otros dos derrames reconocidos, en septiembre de 2016 y en marzo de 2017. Además, denuncia que hubo al menos 18 derrames más con presencia de mercurio en la cuenca del río Jáchal por análisis de agua que se hicieron posteriormente. “El mercurio entra en la cadena alimentaria. Es decir, están jugando con la salud de generaciones futuras”, advierte. Para él, la minería responsable es una mentira. “No hay controles, no hay datos públicos, solo hay más pobreza y menos agua”, sentencia.

Una comunidad dividida, un futuro incierto

Roque Poblete, de Las Flores, describe la situación con crudeza; “Hace 30 años Iglesia exportaba a otras partes del mundo productos de campo. Ahora todo está seco”.

Para Roque el clima cambió, el turismo se fue, y la confianza en la minería se esfumó. “Ya no tenemos miedo por nosotros, sino por los jóvenes”, afirma.

En el mismo sentido, Violeta Díaz, una madre de Angualasto, recuerda el miedo que sintió ese 13 de septiembre: “Sentí terror por mis hijos”.

Violeta asegura que la ayuda llegó solo por unos días, pero que el problema nunca se resolvió: “Las vegas y el campo están secos, los animales se mueren. Y los jóvenes de Angualasto y de localidades como la nuestra, se están yendo porque no hay futuro”.

“La minería no es para vivir, es pan para hoy”

Analía Espejo, artesana de Bella Vista, fue siempre escéptica sobre el progreso que trae la minería.

“La minera nos va a desaparecer. Estamos perdiendo las raíces por querer vivir mejor”, reflexiona. Para ella, el camino está en la tierra, en el trabajo manual, en el desarrollo de las comunidades: “Hay que enseñarles a los niños a defender lo nuestro. La minera es pan para hoy y hambre para mañana”.

Lucas Benito Guevara, artista y pequeño productor de Angualasto, coincide: “Nos dieron apoyo al principio, después nada. Las cooperativas quedaron en manos de vivos. No hay agua, no hay trabajo y los jóvenes se van”.

Los números no cierran

Víctor Alberto Grau, propietario de Estancia Guañizuil y presidente de la Cámara de Turismo, Industria y Comercio de Iglesia, no disimula su preocupación ante la realidad que se vive en los departamentos del Norte sanjuanino. “En Iglesia, por ejemplo, entraron 200 millones de dólares en 20 años y nadie sabe dónde están”, denuncia. “De 8.700 habitantes que tiene el departamento, 7.000 personas están bajo la línea de pobreza”.

Para Grau, con estos datos, hoy en Iglesia no hay licencia social. "En la Cámara somos 150 socios y de los 150 socios, un poco más de 70 son comerciantes. Hablo con cada uno de ellos, permanentemente y todos viven en un océano de queja, de reclamo. Y es real, no es que están quejándose, llorando en un Ferrari. Están llorando en una bicicleta y tienen un almacén, una despensa, un restaurant. Hay gente que no tiene plata para cargarle nafta al auto. Es crítica la situación".

Turismo olvidado

Rodrigo Gómez, operador turístico de Las Flores, asegura que el derrame afectó directamente al turismo. “La gente dejó de venir. El turismo se cayó y todos se volcaron a la minería. Hoy, nadie invierte en el turismo”, lamenta.

Aunque mantiene esperanzas en que los futuros proyectos mineros beneficien a las PYMES locales, reconoce que el presente es desalentador: "Ojalá que algún día las empresas mineras, se pongan y digan sí, vamos a invertir en Iglesia, vamos a acompañar al pueblo, porque se lo merecen, porque el oro es de ellos."

A diez años, la herida sigue abierta

El aniversario del derrame de Veladero no es solo una fecha más. Es un recordatorio del impacto duradero de una tragedia que afectó el medio ambiente, la salud y la vida comunitaria en una de las regiones más ricas y, paradójicamente, más postergadas del país.

Las voces que recorren esta crónica coinciden en el dolor, en la bronca, en la desilusión, pero también en la necesidad de un cambio profundo. Un cambio que no vendrá de la mano de discursos vacíos ni promesas incumplidas, sino de una comunidad que, a pesar de todo, sigue resistiendo.

"Para mí la clave está en la unión de iglesianos y jachalleros en defensa de lo que nos corresponde como pueblo. Porque, en definitiva, las riquezas son nuestras y están en nuestras tierras", concluyó el presidente de la Asociación Agrícola Ganadera de Buen Esperanza.

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