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La historia de la hija "ejemplar" que contrató sicarios para que mataran a sus padres
La aparente hija modelo de una familia inmigrante orquestó con frialdad el asesinato de sus padres. Tras una fachada de víctima, la investigación descubrió una red de mentiras y una obsesión que terminó en tragedia.
POR REDACCIÓN
Durante años, Jennifer Pan representó el papel de la hija modelo ante sus estrictos padres. Bajo esa fachada de obediencia, sin embargo, se gestaba una obsesión por liberarse de su control que culminó en una de las traiciones más estremecedoras que se recuerden en Canadá. La noche del 8 de noviembre de 2010, la tranquilidad del barrio de Markham, en Ontario, se quebró con una llamada a emergencias. Al otro lado de la línea, Jennifer, de 24 años, relataba entre sollozos un violento asalto en su domicilio. La escena que encontró la policía parecía confirmar su historia: la madre, Bich Ha Pan, de 53 años, yacía sin vida; el padre, Huei Hann Pan, agonizaba con un disparo en el rostro.
Las primeras hipótesis apuntaron a un robo fallido, un acto aleatorio de violencia. Pero la meticulosa investigación de los detectives pronto comenzó a resquebrajar la narrativa de la víctima. Pequeñas inconsistencias en el relato de Jennifer y, de manera crucial, el testimonio de su padre al salir del coma, cambiaron el curso de la pesquisa. Huei Hann Pan declaró haber visto a su hija conversando con uno de los atacantes con una complicidad inquietante. Bajo un interrogatorio persistente, la fachada de Jennifer se derrumbó. En su tercera declaración, confesó la verdad escalofriante: no solo conocía a los autores materiales, sino que había sido ella la arquitecta del plan para asesinar a sus propios padres.
La maquinaria del crimen, fríamente premeditada, salió a la luz. Jennifer había contactado a conocidos, incluyendo a su expareja Daniel Wong, para ejecutar el horrendo acto. Lenford Crawford, David Mylvaganam y Eric Carty completaron el grupo que irrumpió en la casa aquella noche, con la promesa de una recompensa de cinco mil dólares canadienses por cada vida segada. El rastro de mensajes de texto y transacciones que la policía reconstruyó no dejó lugar a dudas sobre la logística y la coordinación que Jennifer orquestó desde la sombra.
La justicia llegó en diciembre de 2014. Jennifer Pan fue declarada culpable de asesinato en primer grado y tentativa de asesinato, condenada a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional antes de veinticinco años. Sus cómplices recibieron penas similares, cerrando un capítulo judicial pero abriendo una profunda interrogante: ¿qué impulsa a una hija a ordenar la muerte de quienes le dieron la vida?
Expertos en criminología, como Kathleen Heide de la Universidad del Sur de Florida, ofrecen un marco para comprender el parricidio. Entre los perfiles identificados, el caso de Jennifer parece encajar en el de los hijos “peligrosamente antisociales”, aquellos que eliminan a sus padres al percibirlos como un obstáculo insuperable para sus deseos. La investigación del periodista Jeremy Grimaldi, quien documentó el caso en su libro A Daughter’s Deadly Deception, revela el contexto de esta percepción. El hogar de los Pan estaba marcado por una disciplina férrea, donde Jennifer tenía un acceso muy limitado a amigos y su vida social era severamente restringida.
Frente a este control asfixiante, Jennifer edificó una vida de mentiras. Falsificó calificaciones, simuló haberse graduado en la universidad e incluso inventó un empleo para mantener las apariencias y poder ver a su novio, Daniel Wong. En el tribunal, alegó que el plan inicial era su propio suicidio, pero las pruebas demostraron que el objetivo siempre fueron sus padres. La gota que colmó el vaso, según se desprende de los hechos, fue la orden terminante de su padre de romper con Wong, acompañada de la frase: “si no, tendrás que esperar hasta que yo muera”. Para Jennifer, esa sentencia se convirtió en una profecía macabra que decidió cumplir.
Aunque algunos podrían buscar justificaciones en abusos graves, Grimaldi aclara que Jennifer nunca reportó maltratos físicos o sexuales. Vivía en un entorno de clase media alta, con sus necesidades materiales cubiertas. Su crimen no fue producto de la miseria, sino de una obsesión distorsionada por escapar de unas expectativas que consideraba insoportables y reclamar una herencia que aceleraría su libertad.
Hoy, Jennifer Pan cumple su condena en la institución penitenciaria para mujeres Grand Valley. Aunque su condena por el asesinato de su madre será revisada en un nuevo juicio, la sentencia por el intento de asesinato de su padre permanece firme. Él, inválido y marcado por la traición, junto a su hijo Félix, han pedido a la corte que ella no se les acerque jamás. La historia de Jennifer Pan perdura como un sombrío recordatorio de los límites del control parental y las consecuencias imprevisibles cuando el deseo de libertad se transforma en una obsesión homicida.