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Opinión > Reflexión

Hay que ponerse a trabajar

El Evangelio que leemos este domingo en las misas nos presenta a Juan el Bautista asumiendo hoy este rol de llamar a la conversión de la chatura y la mediocridad.

Cuando nos disponemos a sembrar hace falta preparar el terreno. Sea una pequeña huerta familiar o un campo más amplio, antes de poner semillas es necesario remover la tierra, quitar piedras, arrancar yuyos, trazar lo surcos. Si nos asalta la ansiedad corremos el riesgo de desperdiciar semillas y obtener una magra cosecha.

Ante un acontecimiento importante, también tenemos que preparar el terreno. La vida de cada uno de nosotros tiene que ser dispuesta para acoger la vida nueva del Niño de Belén. Él quiere fecundar la existencia con buenos frutos. Pero hay que ponerse a trabajar. Hay que sacudirse la modorra del costumbrismo y la rutina privada de vitalidad.

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El profeta Isaías, siglos antes de Jesús, escribió: “una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” (Is 40, 3). No es una invitación cualquiera; es un grito que moviliza, que interpela y pone en marcha.

El Evangelio que leemos este domingo en las misas nos presenta a Juan el Bautista asumiendo hoy este rol de llamar a la conversión de la chatura y la mediocridad.

Debemos arrancar los yuyos de la indiferencia, el hedonismo, la autorreferencialidad. Quitar las piedras de vicios y pecados.

Hemos de comprometernos hoy en escuchar el grito de la tierra y el clamor de los pobres (LS 49), y despertar de la anestesia que nos hace vivir como si todo estuviera bien.

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La pandemia pone en evidencia los desequilibrios en la justicia y la falta de equidad en el acceso a los derechos. El Papa Benedicto XVI nos decía que “en las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora” (CiV 22).

 Allanar lo sinuoso, emparejar la ruta es parte del trabajo del Adviento.

El martes 8 es la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Será una fiesta distinta a los años anteriores. Sin procesiones ni misas multitudinarias. Si no podemos ir a su casa a visitarla, dejemos que Ella venga a nuestro hogar.

También es el momento de comenzar a armar el pesebre. Por medio de la belleza y la sencillez Dios quiere hacernos llegar su cercanía y ternura. Es tiempo de dejarnos cautivar por este mensaje. “Nos invita a ponernos espiritualmente en camino” con la imaginación y el corazón hasta un lugar lejano en el tiempo y la cultura, para acercarnos a contemplar y gozar “atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él” (Papa Francisco). Toda la creación participa de la Fiesta del Mesías. Montañas, arroyos, animales diversos, todo se dispone para acoger con ternura al Niño de Belén.

 

En estos últimos días hemos asistido al tratamiento en Cámara de Diputados de la Nación de un proyecto de ley para legalizar el aborto en nuestro país. Escuché hablar de “personas gestantes” y no de madres. De “fenómenos” y no de fetos o bebés. De que las mujeres pobres “necesitan” el aborto y, sin embargo, ya son muchas las voces de estas mujeres pobres que se alzan y piden que, por favor, nadie hable por ellas porque no las representan, ellas saben que cuando están embarazadas en su vientre no hay “un amasijo de tendones o un montón de células” sino que hay un hijo. Sigamos en oración por este momento que atravesamos como sociedad. Y cuidemos siempre las dos vidas.

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